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Las mujeres representan el 50% de la población adulta mundial y un tercio de la fuerza de trabajo oficial, realizan las dos terceras partes del total de horas de trabajo, reciben una décima parte del ingreso mundial y poseen menos del 1% de la propiedad mundial. Entre los 900 millones de personas analfabetas registradas en el mundo, el 70% son mujeres
Más de 15 millones de adolescentes entre 15 y 19 años quedan embarazadas cada año.
El 70% de los 1.500 millones de personas que viven por debajo de los umbrales de pobreza son mujeres. 4.000.000 de mujeres son víctimas del tráfico sexual anualmente.
Entre el 25% y el 50% de las mujeres son maltratadas físicamente por su pareja. Cada día 6.000 niñas son mutiladas genitalmente. Existen 128 millones de mujeres mutiladas genitalmente en el mundo
Alrededor de 450 millones de mujeres de los paises en vias de desarrollo padecen desnutrición como resultado de la mala alimentación durante la infancia

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Celos
Prostitución

 

 

 

 

Los celos

Los sentimientos se hallan sujetos a enfermedades, al igual que todas las facultades o funciones lesionadas o desgastadas. La indigestión es una enfermedad de la función nutritiva llevada al exceso. El cansancio es el efecto producido por el ejercicio. La tisis pulmonar es la enfermedad del pulmón lesionado. El sacrificio es la ampliación de la abnegación. El odio es, a menudo, una enfermedad del amor. Los celos, otra.


Los celos revisten varios aspectos. Hay celos propietarios. Es la enfermedad del amor legal, sancionado o no por el código. Uno de los cónyuges considera al otro como “su propiedad”, como “cosa” suya, una “costumbre” de la que no puede escapar. Y no concibe ni que “su cosa” se retire ni que le quiten su poder. Esta forma de celo puede complicarse bajo la influencia de heridas de amor propio o agravarse bajo el imperio de consideraciones económicas.


Hay “celos sensuales” cuando uno de los participantes de la experiencia amorosa se halla “disminuido” por el cese de las relaciones amorosas que lo vinculaban con la persona que ama todavía. Complicado con el deseo, el padecimiento se acrecienta ante el conocimiento de que un tercero disfruta los placeres que el enfermo o enferma se había reservado para sí.


Existen también los “celos sentimentales”, que proceden del sentimiento de una disminución de la intimidad, un achicamiento de la amistad, un debilitamiento de la dicha. Sea o no explicable el eclipse del afecto que le produce la persona amada, el paciente siente que aquel amor del cual era objeto decrece, enferma y amenaza con apagarse. Entonces su moral y su físico se resienten. Se altera, incluso, su salud general.
Los celos sensuales o sentimentales pueden considerarse también como una reacción del instinto de conservación de la vida amorosa contra lo que amenaza su existencia.
Los “celos propietarios”, que no tienen nada de interesante desde el punto de vista individualista, van ligados a la desaparición de la idea de que un ser pueda pertenecer a otro como si se tratase de un bien mueble o un objeto cualquiera. Los “celos sensuales” se curan, generalmente, en cuanto el paciente encuentra otro individuo con el cual revive emociones y sensaciones más o menos semejantes a las perdidas con el ser que lo ha dejado.
Algunos hechos demuestran que los “celos sentimentales” son de mal curar, y a veces incurables. Se han visto seres recibir tal golpe de un desengaño amoroso que toda su vida quedó alterada. Se han visto hombres que edificaron sobre un afecto toda su vida sentimental y que, habiéndolo perdido, se sintieron a tal punto desconcertados que se dieron la muerte.


Los individualistas no niegan los celos más que la fiebre. Pero si es verdad que las experiencias sexuales difieren unas de otras, ¿cómo los celos, -forma morbosa más que enfermedad de amor- pueden existir? Un individuo, sujeto u objeto de una experiencia amo-rosa, ¿puede lamentarse o desolarse razonablemente por carecer de cualidades, de atributos necesarios para atraer a otro semejante? Una cosa es la experiencia sentimental, otra la experiencia sensual, y aún otra la elección de un procreador. Puede darse que el hombre que una mujer elija como procreador no sea aquel por quien ella siente su mayor afecto, y que busque en él ciertas cualidades físicas que le son indiferentes en el otro. ¿Puede uno estar razonablemente celoso del otro?
¿Se puede afirmar que, en la mujer, los celos sean prueba del amor? ¿No son, al contrario, el resultado de tantos siglos durante los cuales el sacerdote y el legislador no dejaron de repetirle que era posesión o cosa del hombre, que debía, a cambio, ser solamente suya, y que a su dueño le estaba prohibido tener a la vez dos cosas de su misma especie?
Si es cierto que el amor, una vez apagado, no vuelve a encenderse, no se puede negar que no haya dureza y hasta crueldad en abandonar al aislamiento y al dolor al ser que ama sinceramente y al cual se dio el motivo para contar con ser retribuido en su sentimiento. Casi siempre -cuando se trata de hombres conscientes, que hacen intervenir, en sus experiencias afectivas, la reflexión y la voluntad-, una explicación leal, seria, hace desaparecer las causas de la enfermedad.
Cuando el amor ha desaparecido realmente, la curación se obtiene con el razonamiento más que con la piedad. La piedad -que no hay que confundir con la benevolencia- es uno de esos remedios inciertos y equí-vocos que, en lugar de curar las enfermedades, las perpetúan.
Con frecuencia encontramos en la sociedad desgraciados que recurren a la violencia o a la intimidación para conservar el amor de quien pretenden amar. Cabe preguntarse qué puede quedar de un afecto que se prolonga bajo la amenaza del revólver. No se com-prende qué puede ganar quien mata a la persona amada. Sin premeditación, es un gesto de locura; pre-meditado, es una venganza. Ahora bien, sobre todo en el dominio de las cosas del corazón, la venganza es una acción vil.


A los “celosos convencidos”, que afirman que los celos son una función del amor, los individualistas les recuerdan que el amor, en su sentido más elevado, puede también consistir en “querer, por encima de todo, la felicidad de quien se ama”, en encontrar “la propia alegría en la máxima realización de la personalidad del objeto amado”. Este pensamiento, en quienes lo comparten y alimentan, termina casi siempre por curar los “celos sentimentales”.
En el fondo existe el temor de que estos diversos medios de emoción sean meros paliativos y no curen el mal más que superficialmente. En amor, como en todo lo demás, es la abundancia lo que aniquila los celos y la envidia. He aquí por qué la fórmula del amor en libertad, todos a todas, todas a todos, está llamada a ser la preferida del medio anarquista.

Emile Armand nació en París, en 1872

Prostitución

“Prostituir su cerebro, su brazo o su empeine, es siempre prostitución o esclavitud”. Pero esto no es una apología sexual. Muy por el contrario. Lo que quiere decir es que el trabajador y trabajadora que se deja explotar cerebral o muscularmente, cometería tamaño error si se imaginara “moralmente” superior a la meretriz callejera atrapando viandantes. Porque o se es hostil o favorable a la explotación. Que sean facultades cerebrales, fuerza muscular u órganos sexuales lo que se haga explotar, es sólo una cuestión de detalle. Un explotado o explotada será siempre una explotada, y todo adversario de la explotación que se deja explotar, se prostituye. No veo en qué pueda ser superior a la “ramera” o la mujer mantenida el humano que, adversario de la explotación, pasa toda una jornada de trabajo en una máquina realizando un gesto de autómata, o va a ver superior si arranca algunos pedidos para su principal de una parroquia de mercantes. El estado de prostitución no tiene que ver con el género de oficio que se tenga, es el hecho de ganarse la vida por un procedimiento contrario a las opiniones que se profesan o que refuerza el régimen que se quiere combatir.

 

Emile Armand nació en París, en 1872